Papá, papá, mira, desapareció el
edificio de la gaseosa. Me dijo mi hijo de cuatro años el pasado domingo al
pasar por la Javier Prado. Y es que el emblemático edificio Limatambo que fue
un ícono de la Lima tradicional se encontraba en pleno proceso de demolición y
el famoso rótulo de la Coca Cola, el estandarte de la anterior bonanza limeña,
ya no estaba. Para mí, que tengo treinta y seis y recuerdo muy bien los ochenta
fue el símbolo de mis primeros atisbos de consciencia, de una Lima con una mística
Guardia Civil que ya no existe, de noticias de unos guerrilleros que estuvieron
antes que Sendero, de unas cuantas líneas de micro como Cocharcas que andaban
sin molestar a nadie, de Monterrey y Galax, de los Enatru, de Basa, del
chocolate Superleche y el Juguete de Motta, del Centro Comercial Todos y como
no de la Lima de los criollos y blancos y el resto del Perú de los cholos. Todo
eso se fue y ese símbolo de la Coca Cola en el edificio Limatambo fue la foto
del momento que pasó de una Lima tradicional iniciando su modernidad en una
época que duró desde los cincuenta hasta los ochenta, y cuyos retazos los pudo
apreciar hasta las generaciones más recientes como las de mi hijo de cuatro
años, aunque como meros símbolos sin contexto alguno.
Todos ya sabemos qué ocurrió
después. La bonanza no se sostuvo, la inflación, el terrorismo, los
convulsionados noventa y la desaparición de todos esos símbolos anteriores.
Hasta aquí, se podría determinar solo como un cambio de época, pero para mí, marca
no solo un cambio estético o económico sino más que todo en lo social y muy
profundo. Porque esa Lima que se fue, fue el final de la Lima tradicional que
fue la herencia del criollismo colonial, la de la ciudad de los reyes, la del buen
apellido, la de la Lima de los blancos que gobierna el Perú con los cholos en
la sierra. Se puede decir que la primera clarinada de alerta para esta clase
fue en las postrimerías de la guerra con Chile. Cuando luego de salvar el honor
un grupo de limeños y criollos valientes que pelearon desde Pisagua hasta Lima,
pasando por Tarapacá, Tacna y Arica, pesó más la desunión que creó rebeliones
en plena guerra y derrotismo después de tanta pompa triunfalista fantasiosa.
Cuando Chile invadió Lima y se pensó que la guerra acabaría, allí estuvieron
los cholos olvidados junto a unos cuantos criollos indómitos para hacer lo que
la burla de ejército regular no pudo, y no digo burla por referirme
peyorativamente a los que murieron peleando sino al improvisado y caudillesco
ejército que se presentó. Sin logística, sin planes serios, sin armamento. Con
terratenientes que armaban batallones con su propia billetera no se podía ganar
una guerra. Pero gracias a Dios, para salvar nuestro honor, estuvo el ande,
inexpugnable bastión, que fue una pesadilla para los chilenos y si no fuera
nuevamente por la desunión gestada en la mente de esa Lima que cree que como
allí se piensa, así es en todo el Perú, se tiraron abajo ese nuevo ejército paramilitar
que sin apoyo cayó derrotado y hubiera seguido peleando y vuelto a
reorganizarse, pero claro, en Lima, ya nadie quería saber más de la guerra y se
pactó con un Chile que hace tiempo quería largarse. Ya después, a Cáceres, que
estaba en el poder, no le quedó otra que desactivar la revolución porque si los
cholos ya habían expulsado a los chilenos, pues porque no seguirla hasta llegar
a Lima, pero no fue así y el centralismo se mantuvo. La reconstrucción nacional,
los caudillismos de siempre y la bonanza de los cincuenta. Lamentablemente el
Perú no era que tuvo a los gobernantes que se merecen sino los que la élite limeña
proponía (lo escuché ayer y no me acuerdo quién lo dijo) y esa élite sin
visión, salvo contadas excepciones, no se dio cuenta que el statu quo no se
mantendría así por siempre. Los otros peruanos, olvidados, obviamente se
cansarían de la explotación y el abuso y buscarían su oportunidad, y así
sucedió. Con Velasco, hubo una oportunidad de hacer la revolución desde el gobierno,
pero no hubo la capacidad para llevarla bien y fue solo la revancha de la
reforma agraria que no fue más que un hipo en la curva económica de la clase
tradicional, sin un adecuado liderazgo esa reforma solo sirvió para darle las
tierras a población sin capacidad de gestión y sin un apropiado liderazgo, el
resentimiento se convirtió en terrorismo y fue la gota que rebalsó el vaso para
que el ande vaya a la ciudad, claro está, dentro de un contexto mundial en que
la tendencia evolutiva era dejar las tierras por la urbe. Con ello la Lima que
todos conocíamos se sobrepobló y todo cambió. El transporte público y las
pistas colapsaron, la economía citadina no daba oportunidades laborales a tanta
gente, la matriz económica antigua, de la materia prima ya no se daba abasto,
el choque de dos culturas diametralmente opuestas en un mismo país y la élite
ciega, presidentes no preparados para estas situaciones como Belaunde, un
presidente "en la calle" como García, en el caos se habría paso la riqueza fácil,
asaltar el estado, el mercantilismo, la vuelta a la riqueza de la élite
tradicional y la corrupción como institución durante Fujimori. Una factura muy
cara para saldar la economía y sobre todo el gran cambio social originado por
la migración y ahora nuevos retos.
Como escribió Peter Drucker, mas
que revolución informática en el mundo del siglo XXI, es el cambio social y
como escrito para nosotros, La Inglaterra victoriana cayó por no darle a esa
nueva generación de trabajadores su rol social que le correspondía para darle
paso a un país de tecnócratas como el estadounidense. En Perú tenemos el reto
de impulsar este cambio social para mejor. Esa nueva Lima, la de los ocho
perfiles de consumo de Rolando Arellano, la de la cultura chicha, de la que
todos dicen que es el motor de la pujante economía informal que se encuentra en
plena evolución. Siendo solo primates en lujosos carros y con billetera gruesa
que se parquean en estacionamientos para discapacitados o manejan borrachos y
dicen “tú no sabes quién soy yo”, la otrora frase de poder de la Lima antigua
usada por burgueses decadentes, ahora utilizada por mestizos en proceso de
evolución, la de la cultura combi o la de arrojar basura a la calle y colarse
en la fila, la del mal llamado pendejo. El reto es la evolución, la educación,
la enseñanza. La actitud. Porque hace muy poco vi que un amigo posteó que cómo
se hacía para cambiar la mentalidad a veintinueve millones de peruanos y yo
pienso que uno solo no lo logrará. Pero bien dijo Goethe que sí una minoría
cambia la mentalidad a una mayoría y es que aquí todos ya nos achichamos o era
que antes el limeño fue siempre una mezcla de aristócrata mutado a chicha,
porque cómo te explicas que la élite cree una nueva ciudad como el balneario de Asia y no sea
capaz de pavimentar la pista principal a la playa, y cómo; como cuando llegó la
migración te ponían al costado de una urbanización “nice” una barriada, al
frente del boulevard de Asia, al otro lado de la carretera, se instala su
ciudadela informal, o es que ¿no hemos aprendido nada? La tierra que se le
quitó al patrón abusivo regresó a él, porque las comunidades que por ley o
legitimidad obtuvieron la tierra de vuelta, la vendieron a precio ganga otra
vez al burqués para que haga su nuevo Ancón.
Más que ideas cojudas de fusilar a la gente que
no sirve o pensar que las taras son particularidades del cholo y además porque
ahorita cómo estamos, cuántos pueden cojudamente llamarse blancos, el blanqueo
es la actitud de llenarse de complejos y la tara de engancharnos al pasado, el mestizaje
es una realidad y el reto es el cambio de mentalidad, mejor dicho, de actitud.
No para criticar al que te cierra el auto, porque el tráfico limeño es la
consola de juegos o el patio de descarga de todas nuestras frustraciones y
complejos, donde detrás de un carro me creo lo que no soy y quiero ser. Y es
que la única manera de aprovechar este cambio y tener en esta nueva bonanza
económica, que dicen que se acaba, una nueva oportunidad de despegar, y espero
y es mi apuesta a que el nuevo limeño, deje de mirar al del costado para
criticar lo que también hace e imitemos lo que gentes desarrolladas sí hacen
como respetar a los demás, con la puntualidad, con el civismo, conduciendo de
manera correcta, porque en estas taras genéticas está la clave para ser algo
más y no perdernos en el circulante y reciclante cambio de época, porque ya
vimos como crean sociedades las bonanzas venidas de afuera para destruirlas
luego y desaparecerlas y que ese símbolo de la gaseosa que ya no está y que
dará paso a nuestro primer rascacielos marque sí el cambio de una era más que
una época y nuestra república que careció de identidad a poco del bicentenario
por fin la tenga y marque un desarrollo gravitante en nuestras vidas más que un
mero ciclo redundante. Creo que los peruanos estamos para más y no para el
estúpido derrotismo que muchos jactanciosos supuestamente ilustrados gustan de
impregnar para demostrarse superiores. El cambio de mentalidad debe venir a
todos nosotros, pero no de la forma que creemos, sino en la autocrítica con
propósito de enmienda, la actitud principal que debemos adoptar para dejar de
mirar la paja en ojo ajeno, la principal tara que debemos eliminar.
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