viernes, 23 de agosto de 2013

EL EDIFICIO DE LA GASEOSA



Papá, papá, mira, desapareció el edificio de la gaseosa. Me dijo mi hijo de cuatro años el pasado domingo al pasar por la Javier Prado. Y es que el emblemático edificio Limatambo que fue un ícono de la Lima tradicional se encontraba en pleno proceso de demolición y el famoso rótulo de la Coca Cola, el estandarte de la anterior bonanza limeña, ya no estaba. Para mí, que tengo treinta y seis y recuerdo muy bien los ochenta fue el símbolo de mis primeros atisbos de consciencia, de una Lima con una mística Guardia Civil que ya no existe, de noticias de unos guerrilleros que estuvieron antes que Sendero, de unas cuantas líneas de micro como Cocharcas que andaban sin molestar a nadie, de Monterrey y Galax, de los Enatru, de Basa, del chocolate Superleche y el Juguete de Motta, del Centro Comercial Todos y como no de la Lima de los criollos y blancos y el resto del Perú de los cholos. Todo eso se fue y ese símbolo de la Coca Cola en el edificio Limatambo fue la foto del momento que pasó de una Lima tradicional iniciando su modernidad en una época que duró desde los cincuenta hasta los ochenta, y cuyos retazos los pudo apreciar hasta las generaciones más recientes como las de mi hijo de cuatro años, aunque como meros símbolos sin contexto alguno.

Todos ya sabemos qué ocurrió después. La bonanza no se sostuvo, la inflación, el terrorismo, los convulsionados noventa y la desaparición de todos esos símbolos anteriores. Hasta aquí, se podría determinar solo como un cambio de época, pero para mí, marca no solo un cambio estético o económico sino más que todo en lo social y muy profundo. Porque esa Lima que se fue, fue el final de la Lima tradicional que fue la herencia del criollismo colonial, la de la ciudad de los reyes, la del buen apellido, la de la Lima de los blancos que gobierna el Perú con los cholos en la sierra. Se puede decir que la primera clarinada de alerta para esta clase fue en las postrimerías de la guerra con Chile. Cuando luego de salvar el honor un grupo de limeños y criollos valientes que pelearon desde Pisagua hasta Lima, pasando por Tarapacá, Tacna y Arica, pesó más la desunión que creó rebeliones en plena guerra y derrotismo después de tanta pompa triunfalista fantasiosa. Cuando Chile invadió Lima y se pensó que la guerra acabaría, allí estuvieron los cholos olvidados junto a unos cuantos criollos indómitos para hacer lo que la burla de ejército regular no pudo, y no digo burla por referirme peyorativamente a los que murieron peleando sino al improvisado y caudillesco ejército que se presentó. Sin logística, sin planes serios, sin armamento. Con terratenientes que armaban batallones con su propia billetera no se podía ganar una guerra. Pero gracias a Dios, para salvar nuestro honor, estuvo el ande, inexpugnable bastión, que fue una pesadilla para los chilenos y si no fuera nuevamente por la desunión gestada en la mente de esa Lima que cree que como allí se piensa, así es en todo el Perú, se tiraron abajo ese nuevo ejército paramilitar que sin apoyo cayó derrotado y hubiera seguido peleando y vuelto a reorganizarse, pero claro, en Lima, ya nadie quería saber más de la guerra y se pactó con un Chile que hace tiempo quería largarse. Ya después, a Cáceres, que estaba en el poder, no le quedó otra que desactivar la revolución porque si los cholos ya habían expulsado a los chilenos, pues porque no seguirla hasta llegar a Lima, pero no fue así y el centralismo se mantuvo. La reconstrucción nacional, los caudillismos de siempre y la bonanza de los cincuenta. Lamentablemente el Perú no era que tuvo a los gobernantes que se merecen sino los que la élite limeña proponía (lo escuché ayer y no me acuerdo quién lo dijo) y esa élite sin visión, salvo contadas excepciones, no se dio cuenta que el statu quo no se mantendría así por siempre. Los otros peruanos, olvidados, obviamente se cansarían de la explotación y el abuso y buscarían su oportunidad, y así sucedió. Con Velasco, hubo una oportunidad de hacer la revolución desde el gobierno, pero no hubo la capacidad para llevarla bien y fue solo la revancha de la reforma agraria que no fue más que un hipo en la curva económica de la clase tradicional, sin un adecuado liderazgo esa reforma solo sirvió para darle las tierras a población sin capacidad de gestión y sin un apropiado liderazgo, el resentimiento se convirtió en terrorismo y fue la gota que rebalsó el vaso para que el ande vaya a la ciudad, claro está, dentro de un contexto mundial en que la tendencia evolutiva era dejar las tierras por la urbe. Con ello la Lima que todos conocíamos se sobrepobló y todo cambió. El transporte público y las pistas colapsaron, la economía citadina no daba oportunidades laborales a tanta gente, la matriz económica antigua, de la materia prima ya no se daba abasto, el choque de dos culturas diametralmente opuestas en un mismo país y la élite ciega, presidentes no preparados para estas situaciones como Belaunde, un presidente "en la calle" como García, en el caos se habría paso la riqueza fácil, asaltar el estado, el mercantilismo, la vuelta a la riqueza de la élite tradicional y la corrupción como institución durante Fujimori. Una factura muy cara para saldar la economía y sobre todo el gran cambio social originado por la migración y ahora nuevos retos.

Como escribió Peter Drucker, mas que revolución informática en el mundo del siglo XXI, es el cambio social y como escrito para nosotros, La Inglaterra victoriana cayó por no darle a esa nueva generación de trabajadores su rol social que le correspondía para darle paso a un país de tecnócratas como el estadounidense. En Perú tenemos el reto de impulsar este cambio social para mejor. Esa nueva Lima, la de los ocho perfiles de consumo de Rolando Arellano, la de la cultura chicha, de la que todos dicen que es el motor de la pujante economía informal que se encuentra en plena evolución. Siendo solo primates en lujosos carros y con billetera gruesa que se parquean en estacionamientos para discapacitados o manejan borrachos y dicen “tú no sabes quién soy yo”, la otrora frase de poder de la Lima antigua usada por burgueses decadentes, ahora utilizada por mestizos en proceso de evolución, la de la cultura combi o la de arrojar basura a la calle y colarse en la fila, la del mal llamado pendejo. El reto es la evolución, la educación, la enseñanza. La actitud. Porque hace muy poco vi que un amigo posteó que cómo se hacía para cambiar la mentalidad a veintinueve millones de peruanos y yo pienso que uno solo no lo logrará. Pero bien dijo Goethe que sí una minoría cambia la mentalidad a una mayoría y es que aquí todos ya nos achichamos o era que antes el limeño fue siempre una mezcla de aristócrata mutado a chicha, porque cómo te explicas que la élite cree una nueva ciudad como el balneario de Asia y no sea capaz de pavimentar la pista principal a la playa, y cómo; como cuando llegó la migración te ponían al costado de una urbanización “nice” una barriada, al frente del boulevard de Asia, al otro lado de la carretera, se instala su ciudadela informal, o es que ¿no hemos aprendido nada? La tierra que se le quitó al patrón abusivo regresó a él, porque las comunidades que por ley o legitimidad obtuvieron la tierra de vuelta, la vendieron a precio ganga otra vez al burqués para que haga su nuevo Ancón.

Más que ideas cojudas de fusilar a la gente que no sirve o pensar que las taras son particularidades del cholo y además porque ahorita cómo estamos, cuántos pueden cojudamente llamarse blancos, el blanqueo es la actitud de llenarse de complejos y la tara de engancharnos al pasado, el mestizaje es una realidad y el reto es el cambio de mentalidad, mejor dicho, de actitud. No para criticar al que te cierra el auto, porque el tráfico limeño es la consola de juegos o el patio de descarga de todas nuestras frustraciones y complejos, donde detrás de un carro me creo lo que no soy y quiero ser. Y es que la única manera de aprovechar este cambio y tener en esta nueva bonanza económica, que dicen que se acaba, una nueva oportunidad de despegar, y espero y es mi apuesta a que el nuevo limeño, deje de mirar al del costado para criticar lo que también hace e imitemos lo que gentes desarrolladas sí hacen como respetar a los demás, con la puntualidad, con el civismo, conduciendo de manera correcta, porque en estas taras genéticas está la clave para ser algo más y no perdernos en el circulante y reciclante cambio de época, porque ya vimos como crean sociedades las bonanzas venidas de afuera para destruirlas luego y desaparecerlas y que ese símbolo de la gaseosa que ya no está y que dará paso a nuestro primer rascacielos marque sí el cambio de una era más que una época y nuestra república que careció de identidad a poco del bicentenario por fin la tenga y marque un desarrollo gravitante en nuestras vidas más que un mero ciclo redundante. Creo que los peruanos estamos para más y no para el estúpido derrotismo que muchos jactanciosos supuestamente ilustrados gustan de impregnar para demostrarse superiores. El cambio de mentalidad debe venir a todos nosotros, pero no de la forma que creemos, sino en la autocrítica con propósito de enmienda, la actitud principal que debemos adoptar para dejar de mirar la paja en ojo ajeno, la principal tara que debemos eliminar.